La Primera travesía aérea de los Pirineos

La Primera travesía aérea de los Pirineos

22 diciembre, 2006
(Extracto del libro Al encuentro con . . . Jesús Fernández Duro) La travesía de la cadena pirenaica era una de las hazañas pendientes de realizar por aquellos entusiastas aeronautas, conquistadores del reino de los vientos. Ciertamente, años atrás, el francés Eugène Godart  había realizado en globo la travesía desde Bayona a Pamplona, pero tal recorrido, definido como ruta de la costa, (l’extremité occidentale dans la région de la Rhune) no se consideró como superadora de la barrera montañosa de los Pirineos dado que en el recorrido seguido no había superado los trescientos metros, altura muy inferior a la media de la cordillera pirenaica. Así pues la superación de tales cumbres era un objetivo a conseguir por todos los aeronautas. Ya quedó dicho que Jesús Fernández Duro había realizado un intento en dirección Sur, -de Pau (Francia) hacia España-, en marzo de 1905, sin éxito. Posteriormente capitaneó, en la nochevieja del  año 1905, a las once para ser más exactos, llevó a efecto un intento de travesía, esta vez hacia el norte y acompañado por el tesorero del Aeroclub Sr. Sánchez Arias y el entusiasta aerostero y amigo don Eduardo Magdalena. Entre este intento de superar los Pirineos, dirección Francia y el que intentaría en sentido inverso y como tal válido para competir por la Copa de los Pirineos, continuaba Fernández Duro realizando en Madrid ascensiones de instrucción en beneficio de los socios del Real Aero Club que pretendían obtener el título de piloto. Estas ascensiones las efectuaba Duro, no solamente con los globos propiedad del club, sino, demostrando una vez más su generosidad, con los suyos propios. *    *    *    * No sería la aventura del Grand Prix del Aéro-Club de France, de octubre de 1905, la última ascensión en compañía de Herrera, pero la máxima hazaña la lograría en solitario. Consciente de que el frío puede reducir grandemente las posibilidades de su globo para elevarse por encima de los Pirineos y de que por tanto debe ir lo más ligero de peso posible, Jesús Fernández Duro decide participar en solitario en la “Copa de los Pirineos” organizada por el Aeroclub de Burdeos y que ponía en juego un trofeo valiosísimo  y de gran belleza, que reproducimos fotográficamente en este blog. El trofeo estaba patrocinado por el mecenas deportivo M. Henry Deustch de la Meurthe. Reservada para pilotos pertenecientes a algún aeroclub afiliado a la Federación Aeronáutica Internacional, la competición consistía  en ascender en Pau (Francia) y tras sobrepasar los Pirineos adentrarse la mayor distancia posible en la península ibérica. Resultaría ganador quien mayor distancia lograra entre Pau y el lugar de aterrizaje. Y esta marca no fue superada en el espacio de tiempo de dos años establecido por el Reglamento, por lo que fue conquistado en propiedad por el aeronauta felguerino. Su inesperada muerte, impidió que Duro pudiera recoger personalmente el trofeo. Este hermoso trofeo firmado por “Ducuing et Barbedriène”, está permanentemente expuesto en el Hotel Quinta Duro, regentado por el sobrino nieto de Jesús Fernández Duro, D. Carlos Velázquez-Duro, en la ciudad de Gijón. El periódico francés L’Independant  publicaba el día 18 de enero de 1906 la siguiente noticia: Fiestas aerostáticas.- “La comisión deportiva del Aero-Club de Francia ha aprobado los reglamentos de la Copa aerostática de la travesía de los Pirineos y del concurso de aeróstatos que tiene como lugar de salida la ciudad francesa de  Pau. La Copa de la travesía  es un soberbio objeto de arte con un valor de 5000 fr. firmado por “Ducuing et Barbedriène”. Para los concursantes serán distribuidos 3000 fr. en especies y diversos objetos de arte. Las inscripciones recibidas en el Automovil y Aeroclub Béarnais son : Para la travesía los señores Tissandier y conde de la Vaulx y el señor conde de Oultremont. Para el concurso: señores Tissandier, conde de Oultremont, conde de Castillon de Saint Victor, miembros del Aero Club de France, vizconde de Luac, del Aero Club del Sud-Oeste. Los reglamentos no fueron publicados más que unos días. Nosotros no dudamos que la competición será numerosa. Por otra parte las ascensiones no son apenas posibles en este momento donde en este bonito rincón de Francia apenas    luce el sol.” La noticia es reproducida en España y conocida por Duro, quien se apresura a desplazarse a Pau. Cuando Jesús F. Duro llegó a Pau el día 20, ya estaban allí tres de los más eminentes aeronautas franceses, como eran: Paul Tissandier, muy amigo de JFD, el conde de Castillón de Saint-Victor y el conde Hedelin d´Oultremont. A las cuatro de la tarde del  22 de enero de 1906, se encuentra sólo a bordo de la barquilla con tan solo dos instrumentos de orientación: una brújula y un altímetro. Provisiones diversas y ropa de abrigo. Colgando de la barquilla treinta sacos de arena de lastre, un ancla y dos largas cuerdas de estabilización. Nuevamente el diario francés L’Independant con fecha 23 de enero publicaba el inicio de la aventura: “Desde hace unos días el señor Duro, aeronauta fundador del aeroclub de Madrid quien participará en el concurso de la travesía de los Pirineos en globo ha llegado a Pau. Esta mañana, hacia las ocho horas, el señor Duro viendo que el viento era favorable daba órdenes a sus ayudantes de transportar al campo de la fábrica de gas su aerostato de nombre “Cierzo”. Enseguida el señor director de la empresa “Usine à Gaz”  ponía diverso personal a disposición del señor Duro y la inflación del globo de 1600 m3 de capacidad se iniciaba de inmediato. De tiempo en tiempo los globos piloto eran inflados y soltados, tomando todos dirección hacia los Pirineos con fuerte viento del Nordeste. A la una de la tarde, el señor Duro que vigilaba la inflación de su globo, recibía con su habitual amabilidad al señor conde de Sergniewsky, presidente del Aéreo-Club Béarnais; al señor Speackman, presidente del Automóvil Club Béarnais y al doctor Clouzet. A las dos y cuarenta, el señor Duro suelta un nuevo globo piloto que a una altura de un centenar de metros coge una dirección que el aeronauta español, con su brújula y reloj, constata que es la adecuada. El señor Duro está impaciente, deseaba partir ya  para beneficiarse del viento, pero observa, que su linterna eléctrica no funciona. Telefonea a varias tiendas para que le provean de una y ha de enviar a su chofer a buscarla, pero no la encuentra. Un telegrama de Bayona le advierte que el viento cambia de nordeste a norte y decide dar por concluidos los preparativos e iniciar la ascensión. Son las 3 horas 54 minutos de la tarde cuando tras agradecer los trabajos y despedirse de varias personas de la fábrica, ordena soltar amarras. El “Cierzo” se eleva recto y lentamente y a los cincuenta metros empieza a moverse en dirección a los Pirineos y cuando alcanza los doscientos metros encuentra la dirección deseada hacia el Suroeste. Quince días antes el señor Duro había intentado la travesía desde España a Francia, partiendo de Madrid a las once de la noche aterrizaba en Jaca a las nueve de la mañana siguiente. El señor Duro consideraba que la travesía con destino a Francia sería más fácil por ser más frecuentes los vientos favorables en esa dirección. En tal sentido lo intentará de nuevo una vez disponga de su nuevo aeróstato de 2.000 m3 de capacidad y que espera recibir en breve.” Van a ser sus palabras, las que nos hablen de toda la emoción contenida en una noche de vuelo inolvidable, en la que según Mariano de Cavia no tuvo «más lumbre que la de su cigarro ni más compañía que la de su propio corazón». «Si alguna dificultad -comienza diciendo Jesús Fernández Duro- ofrece pasar los Pirineos en globo, no es precisamente la altura de los picos, pues un globo de 1.600 metros cúbicos con un aeronauta solo, bien puede elevarse a más de 4.000 metros y sostenerse en tal altura durante algunas horas. La dificultad consiste en poder aprovechar las pocas ocasiones de que un viento del norte sea persistente, lo cual suele ocurrir solamente en Enero y Febrero. Así, instalado el  20 de Enero en Pau, y mi globo en aquel gasógeno, di orden de que tan pronto como una madrugada viesen desfilar las nubes hacia el sur empezasen a inflar a las seis de la mañana para poder soltar seis horas después y pasar el Pirineo de día, teniendo toda la tarde para navegar y descender de día aún, en un terreno poblado y relativamente accesible, siendo lo más peligroso descender sin luz en terreno accidentado. A las seis de la madrugada del día 22 observé que, aun lloviendo, las nubes se dirigían hacia el Sur, y dos horas después ya estaba yo en la fábrica de gas de Pau ingratamente sorprendido de que nadie se hubiese cuidado de hacer inflar mi globo. Pongo automóviles y teléfono en movimiento para empezar a inflar. ¿Cambiará el tiempo mientras? Además no tendré luna y me será imposible orientarme. No exagero si digo que las seis horas de la operación de inflado me parecieron siglos. Mientras, telegrafío a un amigo de San Juan de Luz que me contesta: “Cielo despejado, pocas nubes, pero altas, se dirigen hacia el Sur”. Ya no dudé más, y a las cuatro de la tarde hice soltar el “Cierzo” obligado por la ocasión, sin lámpara siquiera para observar la brújula y el barómetro si la noche me cogía sobre los Pirineos, es decir, sin poder descender; pero salvar aquella barrera era para mí una obsesión desde hacía meses y su fuerza me hubiera impelido a mayores disparates. Así pues a las cinco de la tarde del 22 de enero, con nubes de 1.000 metros caminando hacia el Sur, salí de Pau. Del primer salto me coloco a 700 metros y observo que no avanzo; tiro lastre, y a los 1000 empiezo a moverme debajo de las nubes, porque no puedo arriesgarme a perder de vista la tierra para no exponerme a un mal encontronazo. Llevo la mediana velocidad de 20 kilómetros por hora en un principio; el panorama es encantador, dominando Pau, Olorón, Tarbes, Lourdes, Argelés y el curso del Gave. Después el globo tiende a bajar y arrojo más lastre para equilibrarlo; atravieso una nube muy densa y encuentro el equilibrio a 1.500 metros, pero no veo tierra. Aún así decido continuar a esa altura. A las seis tengo nubes arriba y abajo, camino con ellas y la luz va desapareciendo.  ¿Seguiremos en buena dirección? Dejo bajar el globo y de repente me encuentro en una tromba de nieve, a la escasa  luz que hay surge a mis pies una blancura inmensa,  es buena señal, estoy ya sobre los Pirineos y una línea negra dibuja un arroyo. Aun así puedo ver la brújula, y veo que seguimos con buena dirección Sur y viva velocidad. Sabiendo que la altitud del Pico del Midi es de 1.800 metros,  arrojo lastre para no tropezar en cualquier picacho y me sitúo  a 3.000 metros. Las nubes me envuelven y las tinieblas son completas, y enciendo un cigarro para, a su luz, observar el barómetro y el estatoscopio, y apenas logro leer la altura. Más difícilmente aún puedo ver el polo de la brújula, pero me convenzo de que esta luz me bastará cuando pueda bajar y orientarme. El “Cierzo” sufre desequilibrios muy bruscos, la temperatura baja de cero y aún tengo que equilibrarme a 3.500 metros; a las seis y media empiezo a descender, y en la lucha voy gastando lastre. Unas vibraciones, que noto en la barquilla, me indican que la «cuerda-guía» (de 80 metros de larga) que llevo suspendida, toca, de salto en salto, en tierra y sin embargo (tan bajas van las nubes), no me he apercibido de tan terrible vecindad. Rápido voy a arrojar lastre cuando sufro en la barquilla una fuerte sacudida; la cuerda se había enredado en algún obstáculo; lanzo dos sacos y voy a cortarla, cuando el globo se abate contra una ladera y la barquilla choca contra la nieve. Pero en ese momento, una fuerte ráfaga y el globo tan aligerado se remonta, desprendiéndose bruscamente del obstáculo, y sin perder mi «cuerda-freno» que tan preciosa puede serme en esta noche. El frío es intensísimo pese a que he procurado abrigarme y el barómetro me indica que estoy a 3.500 metros, altura que procuraré conservar, escarmentado. A las siete las nubes desaparecen como por encanto, y a mi vista surge un cielo estrellado, con tal cantidad de estrellas y con tan intenso fulgor como nunca vi y por la razón de la pureza de la atmósfera en tales regiones. La espléndida constelación de Orión luce en el horizonte, y aún más al sudeste la estrella más hermosa del cielo: «Sirius”, parece reavivada para acompañarme con su luz y guiarme en tan espléndida e inmensa soledad. Si dijera que en aquel momento no me sentí orgulloso, mentiría. Además, mi orgullo en aquel momento no era personal por mí. ¡¡Me sentía orgulloso de ser hombre!!. Tan orgulloso como confuso un momento antes, formando entre las nubes un núcleo sólido y, con ellas, caminando ciego, sin poder variar ni aún conocer mi rumbo. Para que mi satisfacción fuera completa, tan pronto como separé la vista de las estrellas otras luces aparecieron a mis pies, que marcaban ya los pueblos de las estribaciones Sur del Pirineo. El macizo, pues, de la cordillera; el mayor peligro estaba salvado y la Copa del Club de Burdeos ganada. Debía estar por encima de Jaca, de Salvatierra, de Lumbiera y otros pueblos análogos. Al resplandor de mi cigarro, puesto que no tengo linterna, puedo leer la brújula, “determinar posición”, y constatar que me dirijo al sudeste. Ahora me convenía seguir para asegurarme la posesión del trofeo, evitándome otro competidor, y a ello me resolví luchando contra la tentación de dejarme descolgar junto a alguno de aquellos pueblecillos; allí había gentes aún despiertas, ¡¡ y fuego!!  ¡¡ y camas!! , y yo tenía mucho, muchísimo frío; el termómetro señalaba la temperatura de 18° bajo cero, tremenda para cualquier español aun siendo robusto. Un mayor núcleo de luces me hace sospechar si será Jaca; me sobrepongo a la debilidad de bajar a buscarme una limpia cama y, pues la dirección es buena, sigo ahora que ya veo. Es decir, veo relativamente, pero en fin, me oriento. Las oscilaciones del globo me hacen gastar tanto lastre que a las ocho sólo me encuentro con doce sacos de los treinta que embarqué en Pau. Empiezo a subir y estoy a 4.000 metros cuando un ruido insólito, que en algo se parecía al rasgar de una tela, me sobrecogió; y es que en tales y tan silenciosas regiones cualquier ruido sorprende. Miro con ansiedad el estatoscopio y me tranquilizo, pues continúo subiendo; más tarde, al descender, comprendí que la causa del alarmante ruido fue producida por resquebrajamiento de la capa de nieve que cubría el globo, de un espesor «sólido» de casi dos milímetros de grueso. El frío es tan intenso que no me bastan todos los abrigos, por unos instantes pensé seriamente en que yo también iba a helarme en aquellas alturas de 4.000 metros, y entonces, para entrar en calor, comencé a agitar los brazos, las piernas y todo el cuerpo, haciendo fuertes flexiones desde la barquilla de mimbre a la argolla del globo; así me reanimé un poco. Medianoche, la dirección es buena, el globo va equilibrado, y desde las ocho no he vuelto a gastar ningún lastre; empieza el globo a descender lentamente y lo dejo acercarse a tierra. El altímetro marca 2.000 metros y la “cuerda-freno” toca el suelo; debo, pues, encontrarme sobre la cordillera, tal vez Moncayo o Pico Urbión,       ¡larguémonos!, tomo un saco y quiero largar lastre. ¡Oh, sorpresa! La arena está completamente helada y forma un bloque que debo tirar entero. De golpe mi globo rebota a 4.000 metros. Para que no se vuelva a repetir una aventura parecida, corto con mi cuchillo el lastre en porciones. Me quedan todavía doce sacos. Después de un trabajo semejante, tenía derecho a tomar un bocado. Además, se me había abierto el apetito. Había llevado pan, sándwichs de foie-gras y, según mi costumbre, algunas botellas de agua mineral y de vino blanco. ¡Desgraciadamente el agua estaba helada, el vino lleno de trozos de hielo y, como no podía beber, me fue imposible comer ¡ A la una y media velo, pero no se a dónde voy, cuando diviso una gran claridad a mi derecha, una gran iluminación como de una gran ciudad que no debe ser otra que Madrid, en cuyo caso llevo muy buena velocidad y llegaré al Mediterráneo antes del día quizás; como al sur de Madrid se eleva una gran meseta, La Mancha, de la que no debo estar lejos, dejo al globo bajar para moderar la marcha pues las corrientes inferiores son menos rápidas que las superiores, toco la bocina y el eco tarda en repercutir un poco, lo cual me indica que estoy cerca de tierra, y me propongo seguir la llanura manchega arrastrando la «cuerda-freno», como me lo demuestran al poco tiempo las intermitentes vibraciones que siento en la barquilla. Por lo que veo a la sola luz de las estrellas, debo llevar velocidad de 20 kilómetros por hora, siempre al Sur. Sobre las tres veo grandes manchas negras, y pronto reflejado el cielo. En ese momento, debajo de mi barquilla oigo gritos extraños. ¿De dónde vienen? Me inclino……….. Imposible distinguir nada en las tinieblas: pero los gritos persisten y acabo por explicarme de qué se trata, son sin duda las grandes lagunas de Quero, en las que mi cuerda al rozar el agua acaba de interrumpir el sueño de los patos salvajes que se levantan acompañándome con estrepitoso graznido. Al  momento, gran sacudida, enorme estruendo, la cuerda tropieza con el tejado de una casa cuyo alero y tejas mal soldadas vienen al suelo con escándalo y lanzo lastre por lo que pudiera sobrevenir de sus enojados habitantes y para no enredar los hilos del telégrafo. A 3.000 metros atravieso una densa capa de nubes, y así sigo entre 2.000 y 4.000 hasta las cinco y media de la mañana en que  temo la proximidad del mar. Por primera vez acudo a la válvula para bajar, y tan a tiempo, que deduzco que estoy sobre una montaña; toco la bocina, que tarda en repercutir dos segundos, señal de que estoy a 300 metros del suelo y a 1.700 de altura. Puede, pues, ser ya una estribación de Sierra Nevada, y es hora de pensar en descender, pues detrás está el mar y más allá, algo peor, el inhospitalario y temible Marruecos. No veo nada, seguiré tocando la bocina hasta que deje de recibir su eco, será la señal de que la sierra haya sido franqueada. Mi llamada ya no tiene eco cuando empieza felizmente a alborear, lo que me ayudará mucho a descender. Abro, pues, la válvula, desciendo más y puedo percibir una llanura sobre la que arrastra ya la “cuerda-freno” y, delante, una gran montaña toda cubierta de nieve. No hay duda. Tengo Sierra Nevada delante y no detrás de mí. Me había equivocado. La montaña que acababa de franquear, y que yo tomaba por Sierra Nevada, era la Sierra de Cazorla. Esta llanura las separa. Tanto peor, me decido a aterrizar de todas formas. Me pongo a gritar y toco la bocina hasta que algún humano me diga donde estoy y a qué distancia de la estación más próxima.  Por fin una voz me contesta y me dice que estoy sobre Guadix, a siete kilómetros del pueblo y a cinco del ferrocarril de Almería a Madrid. Y que tiene a mi disposición un carro. El viento es suave;  abro la válvula y un momento después saltaba de la barquilla. Había, pues, recorrido 750 kilómetros en catorce horas, y estaba asegurada en mis manos, sin temor a competencia, la “Copa de los Pirineos”. Llegado a Guadix a las seis y media de la mañana del 23 de enero, sale para Madrid  a las cuatro de la tarde de ese mismo día. A las siete de la mañana del 24 está en la capital de España, de donde marcha esa misma noche hacia Francia llegando a Pau a las cinco de la tarde del 25. Total: una ausencia de tres días completos, de setenta y dos horas exactas. Pero en esos días y en esas horas la Fama, representada en la Copa de los Pirineos, ha bajado ya su mano derecha y ha colocado para siempre sobre las sienes de un español la corona de la victoria. Anécdota  del  aterrizaje Según  hemos podido recuperar de la hemeroteca del diario IDEAL de Granada, el 2 de febrero de 1985, con ocasión de un capítulo del “Ayer y hoy de la aviación”, emitido el sábado 19 de enero de aquél año por TVE, en el que recogía la hazaña y aventura de Jesús Fernández Duro, en la conquista de la “Copa de los Pirineos”, Luis Asenjo Sedano, a la sazón corresponsal del “IDEAL” en Guadix, lograba localizar en el Hogar del Pensionista de aquella localidad a un superviviente del grupo que acudió a auxiliar al aeronauta felguerino en el momento de posarse en tierra el “Cierzo”, en el término municipal de Hernán-Valle, a 7 Km. de Guadix. El superviviente se llamaba Antonio García Soriano y tenía más de noventa años. “Serían las siete de la mañana de aquel horario –contaba Antonio-. Fue en las cercanías del cortijo de Albarrán. Tendría yo unos doce años (diez recién cumplidos, pues dice haber nacido el 6 de enero de 1896). Vivía con mi padre en el cortijo. Acostados aún, cuando oímos el sonido de una cuerna, nos vestimos y nos lanzamos a la vereda grande, observando un gran cuerpo esférico, traído y llevado por el viento, y oímos con reiteración las llamadas desesperadas del piloto a través de la cuerna y por gestos. . .”. Y prosigue, con determinación errónea de la nacionalidad del aeronauta, comprensible por otra parte si se tiene en cuenta que por sus largas estancias en Francia se le había pegado el acento francés y que les diría que venía desde Francia. “Era un solo ocupante. Quiero recordar que era francés. Lo auxiliamos mi padre, Tomás García García, mis hermanos, unos cazadores conocidos por los “Pepuillos” (de la familia los Navarro)  y yo. .”. Fernández Duro preguntó a los campesinos dónde se hallaba, se interesó por los medios de comunicación y especialmente por el ferrocarril. “Pidió un carro en el que se colocó el globo con mucho esfuerzo, lo atamos con cuerdas,  marchando todos hacia Guadix, desde donde el aeronauta regresó a Madrid.” Cuando se le pregunta si recordaba de donde venía aquel hombre, contesta con una mezcla de datos inconexos con la aventura descrita y sin embargo relacionados con la realidad aerostática de aquellos tiempos: “Quiero recordar, según se comentaba- que salió de París, pero debió hacer una etapa en Guadalajara, donde estaba instalado el campo aerostático.” El periodista pregunta a Antonio García Serrano si el aeronauta tuvo con ellos alguna atención de carácter crematístico. “Sí –contesta- a mi padre le dio 100 pesetas; a los “Pepuillos”, 50 y a mí dos reales. . .”. Para valorar lo que eran entonces esas 100 pesetas recibidas por su padre, Antonio hace una graciosa comparación entre los precios de entonces y los de esos días, de 1986. “Una fanega de trigo –dice- valía 7,50 pesetas y hoy sobre las 900; la cebada, entre 3 y 4 pesetas y ahora sobre 730. Por ahí valore usted el alcance de dicha generosidad.” En pesetas de 2004, aquellas propinas serían de 60.000; 30.000 y 300 respectivamente. FOTOS: * Inflación del Cierzo en Pau. * Paso del Cierzo por el Boulevard de los Pirineos (Pau) * En plena travesía hacia el Pic du Midi Ossau. * Vista de Guadix   y   <<  Copa de los Pirineos.   (Hágase con el libro que cuenta esta y otras muchas ascensiones aerostáticas del pionero de la aeronáutica civil española,  titulado "Al encuentro con . . . JESUS FERNANDEZ DURO")
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